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La aventura de ensamblar un reloj

Si te gusta el silencio, tienes una paciencia a prueba de todo y un pulso muy estable, quizás podrías trabajar en los talleres de montaje de una manufactura relojera. Es obvio que se necesitan muchas cualidades más y una formación larga y exigente para realizar esta labor, pero tener un carácter sereno es muy valioso a la hora de manipular docenas de piezas diminutas para ensamblar un reloj.

Porque lo primero que llama la atención al visitar una manufactura es la tranquilidad que reina en su interior y, sobre todo, en las áreas donde los expertos acoplan los componentes que les envían de otros departamentos, donde han sido clasificados, han superado las pruebas de control de calidad y se les han dado los acabados o hasta han sido decorados. Ahora toca a esos expertos –muchos de ellos grandes maestros relojeros– darle vida a esas pequeñas máquinas capaces de dominar los vaivenes del tiempo mediante un proceso que se repite desde hace siglos, pero que nos sigue maravillando. ¿Cómo lo hacen? Aquí te lo contamos.

La aventura de ensamblar un reloj

Mago, artista y cirujano

Aunque el montaje de un reloj sigue un método lógico y puntual, para muchos espectadores puede parecer un acto de magia. En un ambiente muy limpio y bien iluminado, con los dedos protegidos por dediles y una lupa colgada al cuello o colocada en la frente, que los hace ver como cíclopes, los especialistas acometen su labor equipados con pinzas, destornilladores y una herramienta especial para mantener quieto el calibre.

La platina es el pedestal en el que deben acomodar cada parte de esta escultura mecánica con una precisión técnica que tiene algo de artística, como si los movimientos de sus manos fueran los gestos heredados de una tradición y una pasión que corre por sus venas. No es inusual que sea así y que formen parte de familias o de comunidades que han practicado la relojería desde hace varias generaciones.

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Si pensamos en un calibre sencillo, de carga manual y que indica las horas, los minutos y los segundos, lo primero es armar el engranaje con la rueda de escape, la rueda de segundos, la rueda primera y la rueda del centro o de minutos. Luego hay que poner el puente de rodaje con mucha exactitud para que los pivotes de las ruedas entren en sus cojinetes. En todo este procedimiento, las pinzas son esenciales, pero también hay que empujar el puente con los dedos para ajustarlo. Muchos de quienes lo llevan a cabo por primera vez y no están entrenados para ello, presionan con cautela, como si se tratara de un ser vivo en lugar de una maquinaria.

Lo siguiente es colocar el barrilete, ese componente dentado que contiene el muelle principal para brindarle aliento al mecanismo, como si fueran sus pulmones. Se requiere de mucha destreza para acomodarlo debajo de la rueda del centro y mucha paciencia para atornillar el puente del barrilete, al igual que para poner el muelle del trinquete, el trinquete, la rueda de corona y el rochete. Una vez que se ha logrado, es momento de darle vueltas a la cuerda para asegurarse de que todo el tren de engranes gire suavemente y sin interrupciones, y que transmitirá la fuerza motriz hasta el escape.

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El calibre está listo para recibir su corazón, por lo que el procedimiento se vuelve aún más delicado. Hay que ensamblar el áncora con su puente respectivo y, a continuación, el conjunto balance-espiral, también con su puente. Por la relevancia de estas piezas y su fragilidad, la paciencia y el buen pulso de los que hablábamos al principio adquieren mayor importancia.

Si el mago-artista-cirujano ha hecho todo bien, el órgano regulador comenzará a oscilar con belleza hipnótica. Pasarán los años y seguirá sin haber una mejor forma de describir este instante que comparándolo con un corazón que late. Ni los maestros relojeros más curtidos pueden evitar sonreír cuando el volante se mueve y el escape empieza a distribuir la energía.

Después, siguen los ajustes para poner a punto el calibre, el encajado y la colocación de la esfera, las agujas, la corona, las juntas, el cristal de zafiro y el brazalete o la correa. Son procesos igual de rigurosos y con varios grados de complejidad, que se someten a pruebas de control de calidad. Al final, los relojes inician su camino hasta las muñecas de sus propietarios, quienes son el eslabón indispensable para mantener vivo el milagro de la relojería mecánica en pleno siglo XXI.

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* Con información del Manual del reloj mecánico, de Pedro Izquierdo.

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